La administración de Donald Trump dio a conocer una renovada estrategia de política exterior que apunta a restablecer, en términos más estrictos, los principios de la Doctrina Monroe de 1823. El documento, divulgado por la Casa Blanca, plantea que la seguridad y la prosperidad estadounidense dependen de recuperar su liderazgo en el continente y frenar la expansión de competidores globales.
En esta nueva etapa, Washington pretende impedir que actores externos —económicos, militares o diplomáticos— desarrollen proyectos estratégicos en América. La propuesta va más allá de la advertencia clásica de “América para los americanos”: ahora busca crear una red ampliada de aliados alineados con la visión geopolítica de Trump, incorporándolos a una agenda común de seguridad regional.
Uno de los ejes centrales es el control de la migración irregular y el combate al narcotráfico, tareas que, según el documento, requieren el compromiso de gobiernos “capaces de contribuir a la estabilidad más allá de sus fronteras”. Para ello, Estados Unidos apuesta por estrechar la cooperación con países afines y recompensar a aquellos que respalden su enfoque estratégico.
La política exterior propone también una revisión de la presencia militar estadounidense en el continente, replanteando despliegues en territorios que considera de importancia decreciente y reforzando la actuación de la Guardia Costera y la Marina en zonas marítimas vulnerables. El plan contempla operaciones selectivas contra cárteles y, de ser necesario, el uso de fuerza letal para garantizar la seguridad fronteriza.
En el capítulo económico, la estrategia advierte que potencias externas han ganado influencia mediante inversiones que califican como riesgosas para la soberanía regional. Washington considera que permitir esa expansión fue “un grave error” y busca ahora persuadir a gobiernos que, sin afinidad ideológica, han preferido cooperar con actores extranjeros por razones de costo o flexibilidad regulatoria.
Trump plantea contrarrestar ese escenario mediante diplomacia comercial, aranceles estratégicos y acuerdos de reciprocidad que fortalezcan la economía continental. El objetivo es consolidar mercados más sólidos para la inversión estadounidense y reducir la dependencia de cadenas de suministro extrarregionales, presentadas como vulnerabilidades estratégicas.
El documento también subraya la importancia de ampliar las alianzas de seguridad mediante la venta de armamento, el intercambio de inteligencia y ejercicios militares conjuntos. Estas herramientas, afirma, permitirán a la región enfrentar amenazas emergentes y, al mismo tiempo, profundizar la presencia estadounidense como garante principal del orden hemisférico.
En conjunto, la estrategia busca simultáneamente incorporar a países aliados, atraer a gobiernos neutrales y disuadir a aquellos inclinados hacia competidores globales. La Casa Blanca sostiene que recuperar la primacía regional no es solo un objetivo diplomático, sino un requisito indispensable para la estabilidad interna de Estados Unidos y su liderazgo mundial.