Offline
La cumbre internacional sobre Palestina reconfigura el tablero geopolítico con un creciente reconocimiento al Estado palestino
El encuentro convocado por Francia y Arabia Saudita marca un punto de inflexión en la diplomacia mundial, con el reconocimiento formal de Palestina por parte de varias potencias y un renovado impulso a la propuesta de dos estados, mientras Israel y Estados Unidos redoblan su oposición en un contexto de tensiones militares y humanitarias en Gaza.
Por Administrador
Publicado en 23/09/2025 06:30
GEOPOLÍTICA AL DÍA

La escena internacional se vio sacudida con el desarrollo de una cumbre global dedicada a la cuestión palestina, organizada conjuntamente por Francia y Arabia Saudita, dos países que desde distintas tradiciones políticas han decidido confluir en un intento de redefinir las coordenadas del debate sobre Medio Oriente. El encuentro, celebrado en París bajo estrictas medidas de seguridad, congrega a líderes de Europa, Asia, América Latina y África, así como a representantes de organizaciones internacionales. El tema central giró en torno a la necesidad de reconocer oficialmente a Palestina como Estado soberano y de retomar la propuesta de una solución basada en dos estados como única salida política viable a un conflicto que desde hace décadas sacude la región y desestabiliza el orden global.

Francia tomó la delantera al anunciar de manera oficial que reconoce al Estado palestino, un gesto cargado de simbolismo político y estratégico que inmediatamente fue replicado por otros países europeos como Irlanda, España y Noruega, además de Canadá y Australia, naciones que históricamente habían mostrado cautela en esta cuestión pero que ahora parecen dispuestas a modificar el statu quo. El presidente francés Emmanuel Macron describió la decisión como un acto de responsabilidad histórica, argumentando que sin reconocimiento no puede haber paz y que la legitimidad internacional es condición indispensable para avanzar hacia la reconciliación. Arabia Saudita, por su parte, refrendó su papel como potencia regional con capacidad de mediación, recordando que el plan de paz árabe propuesto en 2002 sigue siendo una referencia válida para enmarcar una solución de dos estados que garantice seguridad para Israel y soberanía plena para Palestina.

La dinámica de la cumbre evidenció un cambio de correlación de fuerzas diplomáticas. Durante años, el tema del reconocimiento de Palestina había estado congelado en gran medida por la influencia de Estados Unidos, que utilizaba su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear resoluciones en ese sentido y que seguía defendiendo la necesidad de negociaciones directas entre israelíes y palestinos sin imposiciones externas. Sin embargo, la persistencia del conflicto, las recurrentes escaladas de violencia en Gaza y Cisjordania, y la percepción de que la política estadounidense ha sido incapaz de producir resultados concretos, han impulsado a otros actores globales a tomar la iniciativa.

Israel reaccionó con dureza a los anuncios de reconocimiento, calificando la medida de unilateral, ilegítima y contraria al proceso de paz. El primer ministro Benjamin Netanyahu denunció que estas decisiones incentivan a grupos radicales, socavan la seguridad israelí y constituyen un obstáculo para cualquier negociación seria. Desde Washington, el gobierno estadounidense manifestó su desacuerdo, reiterando que la creación de un Estado palestino debe surgir de un acuerdo directo entre las partes, sin imposiciones internacionales. Sin embargo, la resistencia de Israel y Estados Unidos no logró frenar el efecto político de la cumbre, que ya algunos analistas describen como un punto de inflexión diplomático comparable con el reconocimiento internacional de Sudáfrica tras el fin del apartheid.

Uno de los debates más sensibles giró en torno a la propuesta de establecer una fuerza internacional de estabilización para Gaza, bajo mandato de Naciones Unidas, con el objetivo de garantizar un cese al fuego duradero, supervisar la entrada de ayuda humanitaria y facilitar la liberación de rehenes que aún permanecen en manos de facciones armadas palestinas. La idea fue recibida con entusiasmo por la mayoría de los países participantes, pero enfrenta enormes desafíos prácticos y políticos. Israel rechaza de plano la presencia de tropas extranjeras en su perímetro de seguridad y ha advertido que cualquier despliegue de este tipo sería interpretado como una amenaza directa. Grupos palestinos, por su parte, expresaron desconfianza hacia una fuerza que pudiera incluir contingentes de países occidentales, temiendo que se convierta en una ocupación encubierta.

A pesar de estas reticencias, la propuesta refleja la creciente desesperación de la comunidad internacional por frenar la espiral de violencia en Gaza, donde los enfrentamientos recientes han dejado miles de muertos y una infraestructura devastada. La presión humanitaria, amplificada por las imágenes de destrucción y sufrimiento difundidas a nivel global, ha puesto en jaque la legitimidad de los actores que bloquean una salida negociada. Organismos como la ONU y la Cruz Roja insistieron durante la cumbre en que la situación ya no es sostenible y que la pasividad internacional equivale a complicidad.

El reconocimiento de Palestina por parte de varios países occidentales representa un desafío estratégico para Estados Unidos, que ve debilitada su capacidad de influencia en la agenda de Medio Oriente. Durante décadas, Washington había sido el árbitro casi exclusivo de las negociaciones, utilizando su alianza con Israel como palanca de poder. Sin embargo, el nuevo impulso diplomático de Europa y la participación activa de Arabia Saudita sugieren que el equilibrio de mediación se está desplazando hacia un esquema más multipolar. Para algunos analistas, este cambio podría inaugurar una nueva etapa en la que Washington ya no tenga la última palabra sobre Palestina, abriendo la puerta a una mayor diversidad de actores en la gestión del conflicto.

En el plano regional, el reconocimiento internacional refuerza la posición de la Autoridad Nacional Palestina, debilitada durante años por divisiones internas, corrupción y la competencia de Hamás en Gaza. Mahmoud Abbas, presente en la cumbre, celebró lo que denominó un “día histórico” y pidió aprovechar el momento para consolidar un frente unido palestino capaz de negociar desde una posición de mayor legitimidad. Sin embargo, no pocos cuestionan la viabilidad de esta unidad en un contexto donde las fracturas internas siguen siendo profundas y donde la población palestina ha perdido confianza en sus élites políticas.

La posición de Arabia Saudita resulta especialmente significativa en este proceso. El reino, que en los últimos años había explorado un acercamiento gradual a Israel bajo la mediación de Estados Unidos, parece haber recalibrado su estrategia al alinearse con la causa palestina en este momento crítico. Analistas interpretan esta decisión como un movimiento calculado para reforzar su liderazgo en el mundo árabe, evitar descontento interno y ganar margen de maniobra frente a Irán, su gran rival regional. La diplomacia saudí busca mostrarse como puente entre Oriente y Occidente, capaz de convocar consensos amplios en torno a una solución política que otorgue a los palestinos un horizonte real de soberanía.

China y Rusia también aprovecharon la cumbre para posicionarse. Pekín reiteró su respaldo a la solución de dos estados y se presentó como socio neutral dispuesto a contribuir a la reconstrucción de Gaza. Moscú, por su parte, intentó capitalizar el momento para denunciar la supuesta doble moral de Occidente, que a su juicio se muestra insensible ante los crímenes en Gaza mientras condena con firmeza las acciones de Rusia en Ucrania. Ambos países buscan, en última instancia, ganar influencia diplomática en un terreno históricamente dominado por Estados Unidos y sus aliados europeos.

El impacto económico de esta dinámica tampoco es menor. La persistencia del conflicto israelí-palestino genera incertidumbre en mercados clave como el energético, donde los países del Golfo desempeñan un rol central en la estabilidad de precios. Arabia Saudita, principal exportador mundial de petróleo, utiliza su peso energético como herramienta de presión, consciente de que Europa necesita alternativas confiables en medio de su proceso de desvinculación del gas ruso. El reconocimiento de Palestina podría funcionar como una carta de negociación adicional en las complejas relaciones entre Riad, Washington y Bruselas.

La cumbre, sin embargo, no resuelve las contradicciones profundas que atraviesan el conflicto. El territorio palestino sigue fragmentado, ocupado en buena parte por asentamientos israelíes que han crecido de manera acelerada en Cisjordania. Gaza continúa bajo bloqueo, con una economía destruida y una población traumatizada por años de guerra. La asimetría de poder entre Israel y Palestina hace que la propuesta de dos estados, aunque legitimada internacionalmente, resulte difícil de implementar sin una presión sostenida sobre Tel Aviv. La viabilidad de un Estado palestino dependerá no solo de reconocimientos diplomáticos, sino también de la capacidad de asegurar fronteras, recursos hídricos, movilidad y control efectivo del territorio.

Al final de la cumbre, los participantes emitieron una declaración conjunta que subraya el compromiso con la solución de dos estados y llama a retomar negociaciones inmediatas bajo el auspicio de Naciones Unidas. El documento, aunque simbólico, refleja una voluntad política renovada que podría tener efectos de largo plazo. La pregunta es si las potencias que han dado este paso estarán dispuestas a sostenerlo frente a la presión de Estados Unidos e Israel y si la comunidad internacional podrá articular mecanismos efectivos para transformar las declaraciones en hechos sobre el terreno.

El camino hacia la paz en Medio Oriente sigue plagado de obstáculos, pero el reconocimiento internacional de Palestina en esta cumbre representa un giro difícil de ignorar. A diferencia de otras ocasiones en que los pronunciamientos diplomáticos quedaron en el aire, esta vez el respaldo viene acompañado de compromisos concretos y de un contexto global en el que la multipolaridad abre espacios para nuevas formas de mediación. La fractura en torno a Israel y Palestina ya no se limita al mundo árabe versus Occidente, sino que se extiende dentro de Occidente mismo, con potencias europeas desmarcándose de la línea estadounidense.

La historia demuestra que los reconocimientos no resuelven conflictos de inmediato, pero cambian radicalmente el marco de referencia. Así ocurrió con Timor Oriental, con Kosovo y con Sudán del Sur. Ahora, Palestina entra en esa categoría de estados cuya legitimidad internacional se afirma incluso antes de consolidar plenamente su soberanía. Lo que está en juego no es solo el destino de un pueblo, sino la capacidad del sistema internacional de gestionar conflictos de larga duración y ofrecer soluciones que trasciendan los intereses de las potencias dominantes.

La cumbre de París, con Arabia Saudita como socio central, abre una nueva etapa en la diplomacia de Medio Oriente. El reconocimiento de Palestina se convierte en un catalizador de debates más amplios sobre justicia, seguridad y equilibrios de poder. Si bien la oposición de Israel y Estados Unidos garantiza que el camino será arduo, el simple hecho de que tantos países se hayan sumado marca un hito en la lucha por la autodeterminación palestina y coloca al mundo ante la disyuntiva de elegir entre perpetuar la inercia del conflicto o apostar por un cambio estructural.

Comentarios
¡Comentario enviado exitosamente!

Chat Online